La figura de Alejandro Magno quizá sea de las más atractivas de la
            Historia. En sus treinta y tres años consiguió conquistar el mayor
            Imperio alcanzado hasta ese momento, llegando a las tierras bañadas
            por el Indo y dominando la mayor parte del continente asiático. Sus
            hazañas le han convertido en un mito y, en algunos momentos, en casi
            una figura divina, posiblemente por la profunda religiosidad que
            manifestó a lo largo de su vida. Hijo del rey Filipo II de Macedonia
            y de la princesa Olimpia, perteneciente a la familia real del Epiro,
            Alejandro nació en el mes de agosto de 356 a. C. La sucesión al
            trono macedonio correspondía a un hermanastro llamado Arrideo, hijo
            de Filipo y una bailarina, pero fue tajantemente rechazado por su
            deficiencia mental. Esta situación ponía a Alejandro en primera
            línea sucesoria por lo que fue educado como un príncipe heredero. Su
            primer educador fue Leónidas, pariente de su madre, encargándose de
            la educación física del muchacho. Lánice sería su institutriz,
            aficionándole a los poemas de Homero y de Eurípides. El joven pronto
            manifestó una gran afición a la lectura, especialmente los poemas
            épicos donde se loaban a los héroes de los que descendía. Imitar a
            esos héroes se convertirá en una de las obsesiones de Alejandro.
            Tanto Leónidas como Lánice estaban vinculados a Olimpia lo que no
            era motivo de confianza para Filipo. El rey decidió que su heredero
            se educara en una auténtica academia por lo que el príncipe fue
            enviado a la ciudad de Mieza. Una vez formado, Alejandro fue puesto
            bajo la tutela de Aristóteles, quien continuó con la educación
            griega que estaba recibiendo. Corría el año 342 y el joven príncipe
            contaba con 14 años. Aristóteles impulsó el interés de su discípulo
            por la geografía, la medicina, la poesía, la zoología, la botánica.
            Entre preceptor y alumno surge una interesante relación que
            perdurará en el tiempo, influyendo la doctrina del filósofo en la
            manera de actuar de Alejandro. Paralelamente a esta formación
            académica, el príncipe continuó con su formación atlética y militar,
            crucial para los diversos hechos de armas vividos por Alejandro.
            Durante estos años entablará un estrecho contacto con algunos
            militares que se convertirán en auténticos compañeros de batalla.
            Uno de ellos fue Clito, hermano de Lánice, asesinado por Alejandro
            tras beber más vino de lo conveniente en una fiesta. Clito manifestó
            su rechazo a la comparación del príncipe con los dioses, así como
            exigió para las tropas una pequeña parcela del protagonismo obtenido
            tras las batallas. Estos comentarios, realizados posiblemente bajo
            los efluvios del alcohol, provocaron la ira de Alejandro y el
            asesinato de su gran amigo. Dicen los cronistas que estuvo tres días
            con sus noches sin beber ni comer, arrepentido de tan repulsivo
            acto. Será una de las numerosas muestras de la crueldad que surgía
            ocasionalmente en el mítico Alejandro. El mejor amigo de Alejandro
            sería Hefestión, su mano derecha y un fiel aliado, descubridor de
            varios complots contrarios a Alejandro lo que motivaría el
            fortalecimiento de la amistad. Hefestión fallecería víctima de los
            abusos de la bebida, rehusando los consejos médicos que le
            aconsejaban moderación. La muerte de Hefestión dejó tocado a
            Alejandro, quien intentó dispensar a su buen amigo honores divinos.
            Las relaciones con su padre no parecen muy fluidas, incluso algunos
            especialistas se refieren a un posible complejo de Edipo para
            explicar esa tumultuosa relación filial. El matrimonio de Filipo con
            una joven aristócrata macedonia motivaría el exilio de Olimpia,
            acompañada poco después por Alejandro. Se especula con la
            posibilidad de la participación del propio Alejandro en una
            conspiración contra Filipo. Un año duraba el destierro y, tras ese
            periodo, se producía la reconciliación entre padre e hijo, lo que
            motivaba el regreso de Alejandro a la corte y a sus tareas
            gubernamentales y militares. A los 16 años participa en su primera
            campaña militar, luchando contra los tribalos y los ilirios, pueblos
            asentados en la frontera norte del país, adquiriendo los más duros
            métodos militares. Dos años más tarde comandaba la caballería
            macedonia que destrozaba a los griegos en la batalla de Queronea
            (338 a. C.). Alejandro es considerado el heredero legítimo de la
            monarquía macedonia, estrechando desde este momento los lazos con su
            madre, una mujer temperamental y ambiciosa que sólo deseaba ver a su
            hijo en el trono. Ese carácter ambicioso también será característico
            de Alejandro, manifestando una compleja personalidad en la que
            destaca su generosidad, el autocontrol y la impetuosidad, sin
            menospreciar su testarudez. A medida que transcurran los años, nos
            encontraremos con un Alejandro desconfiado e incluso cruel en
            algunos momentos, mostrando el aspecto más "macedonio" de su
            personalidad. Para solucionar los problemas provocados por el
            destierro de Olimpia, Filipo decide casar a su hija Cleopatra con su
            cuñado, Alejandro el Epirota. Durante la ceremonia Filipo era
            asesinado a manos de Pausanias, lo que motivaría el ascenso de
            Alejandro al trono en al año 336 a. C. Desconocemos si Olimpia o
            Alejandro alentaron a los autores del magnicidio. El sucesor era
            demasiado joven y tuvo que hacer frente a un grupo de cortesanos que
            no eran partidarios del nuevo rey. Actuó sin condescendencia,
            eliminando a los especialmente peligrosos como Atalo, tío de la
            esposa macedonia de Filipo, o su primo Amintas. El papel desempeñado
            en estos momentos por su madre será crucial ya que otorgará la
            necesaria fortaleza al joven rey. El ascenso de Alejandro al trono
            contó con el inestimable apoyo de los militares que colaboraron con
            Filipo en sus victoriosas campañas. Una vez sofocados los problemas
            sucesorios, Alejandro se dispondrá a fortalecer la frontera norte,
            donde unos bárbaros procedentes de Centroeuropa amenazaban la
            integridad territorial del reino macedonio. A pesar del mayor número
            de las tropas enemigas, Alejandro acabó con ellos de manera fácil,
            poniendo de manifiesto su valentía y su capacidad estratégica. Los
            griegos habían apreciado en la muerte de Filipo su oportunidad para
            deshacerse del yugo macedonio. Tebas se erigió como cabeza de la
            rebelión, aprovechando que el heredero al trono macedonio era un
            joven e inexperto príncipe. Alejandro se dispuso a hacer frente a
            los opositores, poniendo en marcha una campaña contra Tebas,
            arrasando la ciudad, y Atenas. A los 20 años Alejandro ostentaba los
            cargos que fueron anteriormente de su padre: comandante supremo de
            la Liga Helénica, comandante en jefe de la Liga de Corinto y
            presidente de la Liga Tesalia. De esta manera se ponía de manifiesto
            que el joven rey era el dueño absoluto de Grecia, continuando la
            política expansionista de su padre, de quien heredó la inteligencia
            política y la energía. Las tropas estaban dispuestas para la lucha.
            Las temidas falanges macedonias, constituidas por aguerridos y
            fieros combatientes en formación compacta, armados con lanzas de
            casi cinco metros, la poderosa caballería y los contingentes de
            tropas auxiliares estaban preparados para ponerse a disposición de
            su rey, que iría al frente de ellas, participando en la batalla como
            un combatiente más. El siguiente objetivo del rey macedonio es la
            conquista de Asia, teniendo en los persas a un enemigo histórico. El
            proyecto ya estaba en la mente de Filipo, quien había establecido
            posiciones en los territorios de la Tracia y el norte del mar Egeo,
            excelentes puntos de partida para futuras expediciones. Alejandro
            cogió el testigo y convenció a las demás ciudades helénicas de los
            beneficios de la empresa asiática, dotando la campaña de un
            significativo panhelenismo. La conquista de los territorios del
            Imperio Persa solventaría buena parte de los problemas de la
            población helena, a la vez que se vengarían las afrentas sufridas a
            manos de los persas en el siglo V a. C. En la primavera de 334 a. C.
            Alejandro salió de la ciudad de Pella, capital de Macedonia, y
            durante once años se dedicará a conquistar todas las regiones de
            Asia, una de las empresas más complicadas de la Historia Antigua.
            Antípatro queda como regente de Macedonia, provocando una manifiesta
            tensión con Olimpia. El ejército de Alejandro estaba constituido por
            unos 19.000 infantes y 4.000 jinetes, a los que debemos sumar 7.000
            arqueros y 900 unidades de tropas auxiliares. El Imperio Persa
            contaba con un ejército infinitamente superior; unos 50.000
            mercenarios griegos y más de 30.000 soldados procedentes de las
            levas, junto a la famosa guardia personal del rey, llamados los diez
            mil inmortales, y las tribus de las montañas. Las provincias
            imperiales más alejadas estaban controladas por puestos fortificados
            y los recursos imperiales eran casi ilimitados, producto del
            ajustado engranaje de la maquinaria política y administrativa persa.
            A pesar de las contundentes diferencias, Alejandro obtendrá la
            victoria. Las tropas helénicas llegaron a Asia Menor con la
            confianza de contar con la ayuda de las ciudades griegas ocupadas
            por los persas desde hacia bastante tiempo. Sin embargo, en estas
            ciudades se había producido una significativa prosperidad económica
            que era amenazaba con la llegada de las tropas de Alejandro. Esta es
            la razón por la que en ciudades como Mileto o Halicarnaso el monarca
            helénico se encontró con una encarnecida resistencia hasta su
            definitivo sometimiento. La primera victoria sobre los persas tuvo
            lugar en la batalla de Gránico, en el mes de junio de 334. Alejandro
            obtenía además una importante victoria moral y el apoyo de algunas
            ciudades griegas de Asia. La campaña no había hecho nada más que
            empezar. En abril del año 333 Alejandro llega a la ciudad de Gordion
            donde existía una curiosa leyenda. Quien desatara el nudo del yugo
            del carro de Midas se convertiría en el dueño de Asia. Sacando su
            espada, Alejandro cortó el nudo. Esta anécdota, quizá falsa, será
            aprovechada como propaganda de las futuras conquistas a realizar.
            Desde allí se encaminará hacia el sur llegando a la ciudad cilicia
            de Tarso donde Alejandro cae enfermo, tras tomar un baño frío cuando
            estaba agobiado por el calor. La siguiente campaña se inició tras el
            paso de las Puertas Cilicias que franqueaban el acceso hacia la
            costa fenicia y Mesopotamia. En noviembre del año 333 tuvo lugar la
            famosa batalla de Issos. Las tropas persas eran dirigidas
            personalmente por el rey Darío III Codomano pero un error táctico y
            la valentía de los helenos dieron la victoria definitiva a
            Alejandro. Darío huyó mientras su familia era capturada. Su madre,
            Sisigambis, su esposa, Estatira, sus hijas Estatira y Dripetis y un
            varón llamado Oco caían en manos del rey macedonio, siendo tratadas
            con especial dedicación, concediéndoles las atenciones propias de su
            realeza y sus atributos. En Damasco se hizo con el tesoro real
            persa, aportando una necesaria inyección económica a los escasos
            fondos con que contaba Alejandro. Darío intento llegar a un pacto
            con Alejandro lo que colocaba a ambos mandatarios en una cierta
            situación de paridad. Siguiendo una política de acercamiento con los
            pueblos vencidos, Alejandro mantiene una estrecha relación, aunque
            no se habla de matrimonio, con la noble persa Barsine, viuda de
            Memnón e hija de Artabazo. Plutarco nos la presenta como una
            bellísima mujer, distinguida y educada en la cultura griega. De esta
            relación nació un hijo llamado Heracles del que no tenemos noticias.
            El monarca macedonio empezaba a ser considerado como una seria
            amenaza para los persas. Sin embargo, Alejandro decidió dirigir sus
            pasos hacia Fenicia y Palestina. En Tiro y Gaza encontró una
            contundente resistencia. La primera ciudad sufrió un asedio de seis
            meses mientras que la segunda resistía durante dos meses. Alejandro
            resultó herido en un hombro y sus tropas tuvieron numerosas bajas lo
            que se reflejó en el inmisericorde trato que recibieron los
            derrotados. Los habitantes de las ciudades que sobrevivieron a la
            masacre fueron vendidos como esclavos. Desde Palestina pone rumbo a
            Egipto, campaña en la que apenas hubo resistencia por parte de las
            guarniciones persas. Alejandro fue recibido en Egipto como un
            auténtico héroe ya que les liberaba de la sumisión persa,
            especialmente en el plano religioso. El macedonio sacó partido de
            estas diferencias ya que adoró a los dioses egipcios y reconstruyó
            algunos templos que se encontraban en delicada situación. Con estos
            gestos acabó por ganarse la voluntad del pueblo egipcio,
            especialmente del clero. Se hizo cargo del gobierno del país,
            nombrándose faraón y dividiendo el territorio en tres zonas
            dirigidas por funcionarios egipcios, aunque la fuerza militar que
            supervisaba la seguridad era macedonia. En el delta, Alejandro
            fundaba la famosa ciudad de Alejandría, la primera que llevaría su
            nombre. Una vez dueño de Egipto, el rey macedonio decidió emprender
            la acción más impactante de su aventura asiática: tomar el corazón
            del Imperio Persa. Se dirigió hacia el curso alto del Eufrates,
            donde fundó Niceforio, y llegó hasta el Tigris sin apenas encontrar
            resistencia. Darío ofreció 10.000 talentos de oro por el rescate de
            su familia así como el control de todos los territorios al oeste del
            Eufrates. Alejandro rechazó esta oferta lo que provocó tensiones con
            algunos generales. El rey persa pasó a la ofensiva y organizó un
            potente ejército con el objetivo de rechazar a tan peligroso y
            altanero enemigo. Reclutó un amplio número de tropas en la zona
            oriental de su Imperio y se fue al encuentro de los macedonios. En
            el mes de octubre del año 331 tuvo lugar la definitiva batalla de
            Gaugamela. Alejandro atacó el centro de las tropas persas lo que
            rompió sus líneas, provocando la huida de Darío y una desbandada
            generalizada. La nobleza persa veía como su rey era vencido por
            segunda vez consecutiva y decidió prescindir de él. Darío fue
            asesinado y Alejandro se prestó a un paseo triunfal por el maltrecho
            imperio. En Babilonia fue recibido como un libertador y colmado de
            honores. Desde allí se dirigió a Susa y Persépolis, las capitales
            imperiales. Persépolis fue incendiada en un gesto difícil de
            entender y que fue duramente criticado por Parmenión, uno de sus más
            importantes generales. La captura del tesoro real permitió la
            contratación de nuevos mercenarios, dirigiéndose hacia un nuevo
            objetivo: la ciudad de Ecbatana. Allí licenció las tropas griegas de
            la Liga de Corinto aunque la expedición conquistadora continuaba.
            Las satrapías superiores de Bactriana y Sogdiana serán los
            siguientes objetivos ya que hacía allí se habían dirigido los
            asesinos de Darío. Esta parte de la campaña militar de Alejandro
            será la más complicada debido al rigor del clima, los ataques de las
            tribus montañesas en forma de guerrilla y lo desconocido del
            terreno. La dureza del avance provocó una sensación de descontento
            entre las tropas macedonias, aumentando el ambiente contrario al
            rey, reflejado en las crecientes conjuras contra Alejandro que se
            empiezan a desarrollar. Otro de los motivos de la distancia abierta
            entre el rey y sus tropas será la política de alianzas con la
            nobleza irania establecida por Alejandro. Dentro de esta política
            encontramos la boda con una princesa irania llamada Roxana, hija de
            Oxiartes, con quien tendrá un hijo póstumo llamado también
            Alejandro. Plutarco nos cuenta que Alejandro se casó profundamente
            enamorado aunque no debemos dejar de lado la cuestión diplomática
            del enlace. Con este matrimonio reforzaba la orientalización de su
            política, lo que aumentó la desconfianza de un amplio sector de
            militares macedonios. Los territorios más septentrionales del
            Imperio Persa eran ocupados en el 328, alcanzando la frontera del
            río Jaxartes. Desde allí Alejandro decidió descender hasta la India.
            Para ello reforzó con tropas persas su contingente militar, cada vez
            más cansado y mermado de sus originales efectivos. Se alió con
            algunos reyes indios para facilitar la conquista del territorio
            aunque no consiguió reducir la dureza de la campaña debido la
            pertinaz resistencia de los indígenas. Uno de los encuentros más
            duros tuvo lugar con el rey Poro, una especie de gigante con el que
            Alejandro se enfrentó en el 326, a orillas del río Hidaspes. La
            victoria cayó del lado del macedonio y Alejandro pensó en continuar
            con su expedición conquistadora dirigiéndose hacia el Ganges, una
            vez superado el Indo y llegado al río Hífasis. Pero las tropas
            estaban cansadas tras más de ocho años de aventura por lo que el
            regreso se convertía en la mejor medicina para todos, excepto para
            Alejandro. Siguiendo el curso del Hífasis llegaron hasta la ciudad
            de Patala, luchando duramente con los indígenas y sufriendo la
            rebelión de los reyezuelos anteriormente sometidos. Desde Patala se
            organizó el regreso, dividiéndose el ejército en tres cuerpos
            dirigidos por Crátero, Nearco -quien costearía con una flota el
            territorio hasta el Golfo Pérsico - y Alejandro. En los diferentes
            territorios conquistados se realizarán continuas fundaciones de
            ciudades, llamadas Alejandría, que servirían para un estricto
            control de la zona donde se asentaban. Arriano hace referencia a
            continuos escarceos amorosos de Alejandro en estos años,
            posiblemente motivados por la ausencia de heredero. Quizá sea ésta
            la causa de la boda con otra Barsine en el año 324, dentro de las
            multitudinarias bodas de Susa donde 80 de los militares más
            destacados casaron con princesas persas. Barsine era la hija mayor
            de Darío III y fue asesinada por Roxana antes del nacimiento de
            Alejandro IV. Según Aristobulo, en esta multitudinaria ceremonia
            también se casó con Parisátide, la hija de Oco. Los últimos años de
            Alejandro están caracterizados por las continuas purgas realizadas
            entre sus estrechos colaboradores como se pone de manifiesto en el
            proceso y ejecución de Filotas. Filotas era hijo de Parmenión, dos
            de los más insignes militares del ejército macedonio. Se convirtió
            en un estrecho colaborador del rey, despachando en su tienda dos
            veces al día. Pero la relación entre ambos se fue distanciando y
            Filotas no informó a su señor de una conjura que tuvo lugar en la
            ciudad egipcia de Frada. Esta actitud provocó su detención y
            posterior proceso acusado de traición. Condenado a muerte, fue
            ejecutado junto a otros personajes acusados de participar y ocultar
            el complot. El propio Parmenión también será asesinado. Algunos
            especialistas intentan explicar estas crueles respuestas de
            Alejandro basándose en la peculiar situación de su Macedonia natal,
            donde el poder nobiliario provocaba continuos enfrentamientos con la
            monarquía que debían ser sofocados de manera ejemplar. Las revueltas
            de tropas, víctimas del agotamiento y de la continuada ausencia de
            sus alejados hogares, también serán características de estos
            momentos finales. Durante la celebración de los Juegos Olímpicos de
            324 Alejandro anunció una de sus medidas más controvertidas: el
            obligatorio regreso a las ciudades griegas de los exiliados. De esta
            manera conseguía un amplio número de incondicionales dispuestos a
            defender la política del rey ante los posibles conatos de rebeldía
            que se produjeran en las polis. Sin embargo, el decreto era una
            auténtica bomba ya que amenazaba la estabilidad política y económica
            de toda la Hélade. Alejandro era visto por todas las ciudades
            griegas como un auténtico tirano, el peor cáncer para Grecia,
            consiguiendo un amplio número de enemigos que no llegaron a actuar
            por la temprana muerte del rey. Aquí debemos encontrar las bases
            para el desarrollo de una auténtica leyenda negra en torno a la
            figura de Alejandro, presentado desde ese momento como una persona
            excesivamente aficionada a la bebida, de promiscua ambigüedad
            sexual, cruel y megalómana. A punto de cumplir los 33 años, el 30 de
            junio de 323 a. C., fallecía Alejandro en Babilonia. Arriano apunta
            a un posible envenenamiento promovido por su anterior maestro,
            Aristóteles. Engels consideró que murió de malaria mientras que
            Schachermeyr plantea la leucemia como la causa de la muerte. Tras de
            sí Alejandro dejaba una serie de proyectos de expansión, siendo el
            más importante el control de la península Arábiga, fundamental para
            el comercio de especias. El inmenso territorio conquistado será
            dividido a su muerte entre sus generales, abriéndose el periodo
            conocido como Mundo Helenístico.
 
 
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