martes, abril 10, 2007

Dedicado a Carlos Fuentealba














Lo sabe un chico de cuatro años, de salita
celeste, que ni siquiera sabe hablar correctamente.
Lo sabe un chico de seis años, que ni siquiera sabe escribir.
Lo sabe un chico de doce años, que desconoce
todas las materias que le deparará el secundario.
Lo sabe un adolescente de diecisiete años, aunque
sea la edad de las confusiones, la edad en la que nada se sabe con certeza.
Lo saben sus padres.
Lo saben sus abuelos.
Lo sabe el tutor o encargado.
Lo saben los que no tienen estudios completos.
Lo sabe el repetidor.
Lo sabe el de mala conducta.
Lo sabe el que falta siempre.
Lo sabe el rateado.
Lo sabe el bochado.
Lo sabe hasta un analfabeto.
No se le pega a un maestro.
No se le puede pegar a un maestro.
A los maestros no se les pega.
Lo sabe un chico de cuatro años, de seis, de
doce, de diecisiete, lo saben los repetidores,
los de mala conducta, los analfabetos, los
bochados, sus padres, sus abuelos, cualquiera lo
sabe, pero no lo saben algunos gobernadores.
Son unos burros.
No saben lo más primario.
Lo que saben es matar a un maestro.
Lo que saben es tirarles granadas de gas lacrimógeno.
Lo que saben es golpearlos con un palo.
Lo que saben es dispararles balas de goma.
A los maestros.
A maestros.
Lo que no saben es que se puede discutir con un maestro.
Lo que no saben es que se puede estar en
desacuerdo con lo que el maestro dice o hace.
Lo que no saben es que un maestro puede tener razón o no tenerla.
Pero no se le puede pegar a un maestro.
No se le pega a un maestro.
A los maestros no se les pega.
Y no lo saben porque son unos burros.
Y si no lo saben que lo aprendan.
Y si les cuesta aprenderlo que lo aprendan igual.
Y si no lo quieren aprender por las buenas, que lo aprendan por las malas.
Que se vuelvan a sus casas y escriban mil veces
en sus cuadernos lo que todo el mundo sabe menos
ellos, que lo repitan como loros hasta que se les
grabe, se les fije en la cabeza, lo reciten de
memoria y no se lo olviden por el resto de su
vida; ellos y los que los sucedan, ellos y los
demás gobernadores, los de ahora, los del año
próximo y los sucesores de los sucesores, que
aprendan lo que saben los chicos de cuatro años,
de seis, de doce, los adolescentes de diecisiete,
los rateados, los bochados, los analfabetos, los
repetidores, los padres, los abuelos, los tutores
o encargados, con o sin estudios completos:
Que no se le pega a un maestro.
No se le puede pegar a un maestro.
No debo pegarle a un maestro.
A los maestros no se les pega.
Sepan, conozcan, interpreten, subrayen,
comprendan, resalten, razonen, interioricen,
incorporen, adquieran, retengan este concepto,
aunque les cueste porque siempre están
distraídos, presten atención y métanselo en la
cabeza: los maestros son sagrados.

Pegarle a un maestro
Por Mex Urtizberea [La Nación, 6 de abril de 2007]

lunes, abril 02, 2007

2 de abril de 1982

Recuerdo perfectamente ese dia, como no recordarlo
fué una explosión de alegría en las calles, habíamos
recuperado algo nuestro, algo robado, por supuesto
no podía preveer lo que vendría (al parecer nuestro
militares tampoco) solo sentía una profunda emoción,
siempre tuve amor por mi patria, pero en ese momento,
descubrí cuan orgulloso estaba de Argentina,
aún lo estoy a pesar de todo,
obvio que por su gente no por sus dirigentes.
Recortaba todos los diarios, seguía los comunicados
del Estado Mayor, las noticias de la radio,
la televisión, tanta ilusión, tanta mentira...
Mis respetos a todos los que lucharon,
mis mayores respetos, ustedes son dignos!

Por entonces y al finalizar la guerra, sonaba
esta canción, no puedo escucharla sin emocionarme.

Reina madre
Sonriendo, despidió a su madre,
iba al sur del Atlántico.
El reino le ordenaba,
es que unos salvajes osaron molestar
el orden imperial y pagarán.

Tanques, aviones, barcos y municiones.
Madre: estate tranquila,
el mundo así camina.
Son del sur de la tierra.
¿Qué nos podrán hacer?,
somos distintos, somos mejores.

Pero madre, ¿qué está pasando acá?
Son igual a mí
y aman este lugar, tan lejos de casa,
que ni el nombre recuerdo.
¿Por qué estoy luchando?
¿Por qué estoy matando?

Hoy la Reina pasea en los jardines
y el sol besa las rosas,
la vida le sonríe,
el parlamento cuida que todo siga igual,
que nada perturbe su calma.

Luego tendrá una premier de cine
de un director famoso,
que cuenta los flagelos
de la guerra y los hombres
y ella se emocionará,
y aplaudirá su gran final.

Pero madre, ¿qué está pasando acá?
Eran igual a mí
y aman este lugar, tan lejos de casa,
que ni el nombre recuerdo.
¿Por qué estuve luchando?
¿Por qué estuve matando?

Ricardo Porcheto