viernes, septiembre 08, 2006

A 100 años de su nacimiento






DR.
LUIS FEDERICO LELOIR

Así como Leloir, al que todos llamaban El dire, tenía ideas brillantes, también sabía cuándo un problema no daba más. Sus asistentes los llamaban "los abandonos de Leloir", recuerda Paladini. "Leloir tenía pasión por la ciencia. Todo lo demás venía después. Era un científico obsesionado". No le gustaba la música: se quedó en Gardel, nunca avanzó hasta Piazzola. Trabajó casi toda la vida en una silla de paja a la que ataba con piolines. Apoyaba sus pies en un cajón de manzana. Usaba siempre el mismo guardapolvo gris. Nunca cobró un peso. Para vivir estaba la herencia familiar. Eran memorables los almuerzos en el Instituto. Se tomaba mate cocido y cada uno traía su vianda. "A Leloir no le gustaban los conflictos", recuerda Enrique Belocopitow, otro asistente. A fines de los '50, el Campomar se mudó a Obligado y Monroe, donde se enteró del Nobel. Se brindó con champán, pero en probetas. Ese día él estaba desbordado, pero trató de disimularlo. Llegó, como siempre, en su Fiat 600. Entonces, él dijo que el premio se lo merecía el resto de su equipo: Caputo, Paladini, Carlos Cardini y Raúl Trucco. El filántropo Carlos Campomar donó un millón de pesos para un "Nobel argentino" para todos. En la ceremonia, Leloir tomó un sobre y dijo: "Tengo un cheque, pero tengo que dividirlo en cuatro". Tomó una tijera y fue cortando cuatro pedacitos para premiar a cada científico. Pero adentro de cada trocito había un cheque bien doblado, por la suma que le correspondía a cada uno. Ese era el humor de Leloir. Así vivió.
(clarin.com)